Eduardo Casas
1. Tercer domingo de Adviento. Evangelio de Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan Bautista: «¿qué debemos hacer entonces?». Él les respondía: «el que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto». Algunos publicanos vinieron también a hacer bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» Él les respondió: «no exijan más de lo estipulado». A su vez unos soldados le preguntaron: «y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo». Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
2. Reflexión a partir del Evangelio
En este tercer domingo de Adviento el Evangelio nos narra cómo el pueblo judío estaba expectante ante las palabras proféticas de Juan Bautista, sin embargo, no era sólo un mero anhelo. Preguntaban, en concreto, qué debían hacer. Este interrogante surge a menudo en medio de contextos de incertidumbre y perplejidad. Pedían sugerencias iluminadoras para comprometerse. No basta sólo con preguntar y saber, también hay que obrar en consecuencia. En definitiva esperar es accionar el deseo: arbitrar los medios y recursos para que se dé aquello que esperamos. Se trata de un esperar activo.
El público de Juan Bautista era muy diverso: había gente común, publicanos –los que trabajaban para el régimen del Imperio romano cobrando impuestos- y soldados del mismo Imperio. Por lo tanto, había judíos y paganos, los que no pertenecían ni a la fe, ni a la nación judía como eran los soldados romanos del poder militar del Imperio dominante.
Para todos ellos, los de adentro y los de afuera de la pertenencia al pueblo y a la fe judía, el profeta tuvo indicaciones bien concretas. A los que formaban parte del pueblo judío siendo ciudadanos comunes les pidió solidaridad. Que compartan sus bienes –su ropa y comida, las necesidades más básicas- con los que tenían menos que ellos. A los publicanos –que eran considerados casi traidores a la nación ya que siendo judíos trabajan para el poder extranjero y dominador de Roma- les solicitó que fueran justos. Ni siquiera dice que dejen de cobrar impuestos para el enemigo sino que sean justos al hacerlo. A los soldados que trabajaban para el poder militar del Imperio les da tres consignas muy precisas. La primera: no extorsionen a nadie. Esto significa no presionen, no coaccionen, no amenacen, no hagan sentir su fuerza, ni autoridad indebidamente. La segunda recomendación: no hagan falsas denuncias. Lo cual es otra forma de afirmar: digan la verdad, no comprometan a otro con mentiras, no oculten información a quien la necesita. Y la tercera precisión es: conténtense con su sueldo. Esto es: por el momento, acepten lo que le corresponde por su trabajo.
Estas respuestas de Juan Bautista siguen siendo vigente aún hoy. También nosotros, como sociedad, vivimos en públicos sectorizados que cada uno demanda algo. La recomendación de ser solidarios, ser justos, no amenazar, no realizar falsas acusaciones y aceptar lo que se nos otorga como retribución económica -no para ser conformistas sino para mirar, en conjunto, corresponsablemente el bien común de todos- son verdades que podemos ponerlas en práctica cada uno de nosotros en el presente.
La Navidad requiere de un compromiso ético concreto en obras. Hay que cambiar el consumismo de Navidad por la solidaridad. Transformar la injusticia por la justicia, la indiferencia por el compromiso, la insensibilidad por la caridad. Convertir el descontento por la aceptación.
Todo esto requiere un sinceramiento y una autocrítica de cada uno y de todos los sectores. Juan Bautista dice de sí mismo ante la expectativa de los demás: hay uno que es más poderoso que yo, al cual ni siquiera llego a desatar sus sandalias.
Si cada uno en su familia y en el país buscamos el bien de todos, seremos una sociedad que esté más próxima a recibir al Señor que nace para transformar aquellas actitudes cotidianas que nos hacen mal y se transforman en heridas sociales que nos lleva mucho tiempo curar.
4. Algunas preguntas para reflexionar
1- ¿Estoy dispuesto a preguntar sinceramente qué debo hacer a quién me puede orientar e iluminar o soy autosuficiente en todo y para todo tengo una respuesta?
2- ¿Tengo capacidad de autenticidad, sinceramiento y autocrítica en lo personal y en lo que me toca realizar?
3- ¿Cómo acreciento -en esta Navidad- el espíritu solidario o, por el contrario, quedo atrapado en la actitud consumista?
4- ¿Cómo propicio acciones de mayor justicia en donde me toca desempeñarme ya sea familiar o laboralmente?
5- ¿Valoro la verdad o, por el contrario, la tergiverso para mis fines y me muevo con presiones, amenazas, denuncias, etc.?