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Channel: Eduardo Casas - El lado humano de la fe.
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ORAR CON TODO LO QUE SOMOS

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Espiritualidad para el siglo XXI 

Eduardo Casas

1.Orar con el cuerpo


A veces sentimos en lo profundo del alma un llamado como si fuera la voz de Dios que nos invita  a una silenciosa y honda oración. A menudo pensamos que la oración tiene que ver solamente con la vida espiritual; sin embargo, algunos métodos de oración -como la meditación y la contemplación- tienen también beneficios para el cuerpo, el ánimo, la emoción y la dimensión psicológica.

Para lograr esto hay que orar con todo lo que somos, con todo el ser. Orar con el cuerpo, con las emociones, con la sensibilidad, con la memoria, con la imaginación, con los afectos, con la inteligencia, con la voluntad, con la propia vida y hasta con la propia biografía e historia personal. Nada queda excluido. Todo puede ser oración y todo puede ser orado.

Todo lo que somos, lo que hacemos y lo que vivimos puede ser asumido e integrado -no sólo como contenido de nuestra oración- sino para que se convierta en oración en sí misma. Todo en nosotros puede ser y puede convertirse en oración.

Antes se pensaba que la oración era solamente una práctica espiritual o que la meditación consistía en un método fundamentalmente de la inteligencia en nuestro diálogo con Dios. Hoy estas concepciones han cambiado y se va asumiendo el cuerpo, las emociones y la vida como parte integrante y necesaria de los procesos más maduros de la oración como son la meditación y la contemplación.

Cada día más la espiritualidad asume integralmente a la persona con todo lo que ella es, también con su cuerpo. Muchas veces se ha pensado que la oración es un acto interior que no asume al cuerpo, a los sentidos externos e internos, a las sensaciones, imágenes, emociones,  sentimientos, pasiones y experiencias humanas. 

Hoy, lejos de excluir del mundo de la interioridad a todo el vasto universo que somos y todo lo que encerramos dentro de nosotros, se hace el esfuerzo de integrarlo, incluso en la oración.

Con el auge del yoga y de otras prácticas orientales, los occidentales hemos vuelto a revitalizar el deseo de la meditación y de la contemplación. No se concibe la oración como una práctica meramente espiritual sino que el cuerpo participa. La oración comienza con la conciencia del propio cuerpo.

Actualmente en la espiritualidad se valora el lugar que tiene el cuerpo en el vínculo con Dios y con los demás. Por otro lado -en las ciencias- se estudian las distintas formas de inteligencia humana y su relación con las emociones y los deseos. Los descubrimientos de las neurociencias son aplicados al proceso espiritual ya que el cuerpo y las emociones también acusan el impacto de los movimientos del alma. Somos una unidad. Para los procesos espirituales hay que asumir e incluir al cuerpo y  sus reacciones. La psicología sostiene que el inconsciente se plasma en el cuerpo ya que éste lo refleja y lo traduce emocionalmente siendo su manifestación expresiva más acabada.

En la oración que llamamos “meditación” hay muchos que afirman que se empieza tomando conciencia de la propia respiración, reflejo indispensable para mantenernos vivos. Ya que la respiración es necesaria para la vida del cuerpo, cobrar consciencia de ella, nos permite además ingresar a la vida del espíritu. Después de todo la oración no es sino una lenta y continua respiración, una inspiración y una exhalación del Espíritu de Dios moviéndose  en nosotros. 

Es preciso interiorizar el propio cuerpo y sus percepciones en la oración. Asumirlo como parte indispensable del camino interior. El cuerpo respira y también ora. La conciencia de nuestro yo capta al cuerpo como un ámbito habitado que tiene sus propios movimientos y secretos. No hay que extrañarse del propio cuerpo sino asumirlo, también como parte de nuestra autoconciencia. Sólo así empezaremos a orar -no  sólo con la mente, con el espíritu y con el corazón- sino a partir de nuestra condición de creaturas espirituales y corpóreas a la vez.

La autoconciencia del cuerpo forma parte de nuestro proceso interior. Lo primero que hacemos al nacer es respirar y mantenemos ese reflejo para vivir. Mientras haya vida, hay respiración. Es por eso que hoy muchas técnicas de oración empiezan, sorprendentemente, por el cuerpo: específicamente por la respiración.

Respirar es hacer consciente la vida, su sutilidad, su dinamismo, su movimiento, su circularidad. De hecho el aire parece etéreo y espiritual. Al espíritu humano se lo compara con el aire, el hálito, el aliento, el viento. Incluso en la Palabra de Dios aparecen estas imágenes para referirse al Espíritu de Dios y al espíritu humano.


2. Respiración física y  espiritual


La meditación es una práctica espiritual que está en muchas religiones y filosofías.  Tiene una extensa historia en diversas culturas ancestrales. Es un camino tanto para la unión trascendente con Dios, como también unión con el  universo, con todas las creaturas y consigo mismo manteniendo la armonía y el  equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu.

Cada vez más personas practican la meditación. Incluso lo hacen como un método desligado de la cualquier experiencia religiosa. El estrés, la ansiedad y la vida agitada los hace buscar por este medio la  serenidad,  la paz, la calidad de vida e incluso el mejoramiento de la salud.  La meditación,  ayuda para adquirir el estado de plena consciencia, el aquí y ahora, la captación del presente con la mayor lucidez posible, el despertar  y la iluminación interior. Acalla el bullicio mental, pacifica la mente y el corazón, silencia y armoniza el espíritu y el cuerpo. 

Hay técnicas que favorecen la concentración de manera que, poco a poco, la mente se va silenciando y puede concentrar su energía. La meditación va progresando en la medida en que se consigue detener el ruido mental y se permanece en un estado de conciencia lúcida y plena.

En esta práctica hay que prescindir intencionalmente del término concentración ya se puede malinterpretar y confundirse con algo que requiere esfuerzo intelectual. La meditación no es la práctica de la concentración sino el desarrollo de  capacidad de atención consciente y de la regulación de la respiración.

Meditar favorece el contacto y la conexión con todo desde un horizonte de unidad y comunión con todo lo vital. Hay que cerrar los ojos, asumir una postura corporal cómoda, conectarse con la propia interioridad y visualizar internamente aquello que es el objeto de nuestra concentración a través de alguna imagen.

Hay que prestar atención a la forma de respirar y no dejar que la mente divague. En caso que nos distraigamos, hay que regresar siempre la atención al punto inicial y atender al flujo de aire que entra y sale, realizando un seguimiento imaginativo del recorrido que sigue la respiración en nuestro cuerpo a través de los órganos. Seguir conscientemente el camino de la respiración. Transitar sus huellas sigilosas.

La respiración es un proceso físico que ocurre en el cuerpo y si queremos observarla y visualizarla hay que prestar atención a las partes y órganos que realizan esta función: nariz, laringe, diafragma y pulmones, captando las sensaciones que ahí se producen mientras respiramos, siendo conscientes de ellas cada vez que  inhalamos y exhalamos.

Es muy probable que surjan distracciones: pensamientos, molestias físicas, falta de energía o ansiedad. Hay que  volver al objeto de la práctica una y otra vez, con paciencia.

Respirar bien alivia tensiones físicas, musculares y emocionales. Hay que hacerlo visualizando cada parte de nuestro cuerpo, especialmente aquellas que requieran de mayor relajación.  Mientras se sigue el ritmo de la respiración, la meditación puede ir acompañada de alguna imagen interior que escojamos o de alguna frase o breve oración que repitamos continuamente aunque sea sólo mentalmente. Este proceso -sostenido el tiempo que sea necesario- puede conducirnos a una mayor profundización e iluminación de nuestro estado de conciencia. 


3. Orar con los sentidos


En la meditación no sólo interviene la respiración sino todos los sentidos externos  del cuerpo (la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto);  los sentidos internos -la memoria y la imaginación- como así también las facultades espirituales –la inteligencia y la voluntad- a la vez que el mundo emocional y anímico.

Oramos con todo el ser y con todo lo que somos. El cuerpo ora. Los sentidos externos oran. La memoria ora. La imaginación ora. La inteligencia ora. La voluntad ora. La afectividad ora. La emocionalidad ora.

Todo nuestro mundo –corporal, mental y espiritual- ora. Sólo hay que entrenarlo para que así lo haga. Hay que conectarse con uno mismo y abrirse al flujo de la gracia de Dios para que “respiremos” una oración tan fluida y continua como la respiración misma.

Hay que empezar honrando al cuerpo. Tenemos que mantener  nuestro cuerpo como algo sagrado. Es un templo. En la meditación debe hacerse, con los ojos cerrados, la visualización y el recorrido de cada parte del cuerpo. Primero se toma conciencia del cuerpo como un todo y luego se va recorriendo cada miembro. Se  lleva la respiración a cualquier zona de tensión, molestia o dolor. Hay que soltar la tensión en cada  exhalación.

Es necesario cultivar la sensibilidad del cuerpo.  Muchas veces -por el estrés físico y emotivo al que está expuesto nuestro cuerpo- parece que fuera una cuerda llena de nudos. Nuestra tarea es deshacer esos nudos. Hay que atraer la atención a cada parte del cuerpo, permitiendo que descanse. Conforme se toma conciencia de cada parte, hay que tratar de entrar en contacto directo con la experiencia corporal, de modo que no estar sólo observando al cuerpo desde fuera sino desde dentro, apropiándose del propio cuerpo, aceptando todas las sensaciones. Algunas partes pueden que se sientan relajadas, sueltas y cómodas, mientras que otras -tal vez- se sientan tensas, incómodas,  con dolor o  insensibles. La meditación ayuda a sanar dolencias del cuerpo y de la mente, mejorando significativamente la calidad de vida y permitiendo la conexión con Dios y con uno mismo.

            La ciencia ha demostrado los beneficios de la meditación, que van desde la mejora de la salud corporal, hasta el verdadero conocimiento de sí y la experiencia de estados de mayor autoconciencia. Algunos de los principales beneficios de la meditación a nivel corporal son: aumenta la resistencia física y los niveles de energía vital; estimula los procesos de crecimiento y regeneración de células; refuerza el sistema inmunológico y fomenta la relajación natural.

Entre los beneficios a nivel psicológico figuran: estimula la capacidad para superar el estrés, la ansiedad y la angustia; mantiene el equilibrio en los cambios de ánimo; aumenta la capacidad de concentración; serena la mente; favorece el desarrollo de la lucidez y la creatividad; potencia el pensamiento positivo; desarrolla la memoria y la atención; modera la hiperactividad.

Entre los beneficios a nivel espiritual podemos mencionar: incrementa la intuición; mejora las relaciones interpersonales; contribuye a un estado de relajación y balance emocional; favorece el desarrollo de la conciencia; mejora la capacidad para regular los pensamientos y emociones; ayuda al autoconocimiento y a la profundización de la vida interior.


4. De la meditación a la contemplación


Nuestro cuerpo tiene órganos sensoriales: los ojos, la nariz, los oídos, la lengua y la piel. La meditación asocia armónicamente los cinco sentidos: asume y contempla cada  órgano sensorial y su actividad.

En la meditación la consciencia del sentido de la vista lleva la atención hacia los ojos. No hay que intentar ser consciente de los objetos que se puedan ver sino de tomar consciencia de la capacidad de ver propiamente tal, tanto externa como internamente. La conciencia del sentido del olfato lleva la atención hacia la nariz, que es por donde percibimos olores y aromas desde el nivel físico.  No se trata de oler alguna cosa en particular sino más bien de estar consciente del sentido del olfato en sí. El sentido de la audición lleva la atención hacia los oídos, donde se localiza la audición física. Al ir tomando conciencia de la capacidad de oír, más que de lo que uno esté oyendo externamente en forma puntual, empezará también a estar consciente de los sonidos internos y del proceso de la audición en sí mismo. El sentido del gusto conduce la atención hacia la boca y la lengua donde están ubicadas las papilas gustativas. En la meditación, no hay que gustar algo especial. Es adquirir la consciencia del sentido del gusto mismo.  Cuando uno se hace consciente del sentido del tacto, dicho sentido guía  la atención a alguna parte de la piel aunque no se trata de qué tipo de objeto uno pueda estar palpando sino detenerse en el sentido del tacto y de la capacidad de sentir y de entrar en contacto a través de él.

También  en los sentidos externos hay que descubrir la concordancia que existe entre ellos y la interioridad: vemos y contemplamos con el alma. Hay fragancias  sutiles que despiertan el olfato interior para discernir. Escuchamos la Palabra de Dios con audición interior. Existe un sabor interior que la sabiduría degusta. Palpamos la presencia de Espíritu con un tacto sutil que posibilita el contacto espiritual.

             Por lo tanto observamos que en el proceso de la meditación se pasa de la respiración a los sentidos externos y a su interiorización. El estar consciente de cada uno de los cinco sentidos, de a uno por uno, hace que la atención se agudice, llegando a niveles de mayor profundidad.

Luego de los sentidos externos se pasa a los sentidos internos de la memoria y de  la imaginación. No se trata de rechazar y batallar con las fantasías sino servirse y nutrirse de ellas. No siempre es posible un silencio total de las facultades internas. Eso sería anularlas o suprimirlas. Hay que intentar una unificación pacífica donde el interior no se sienta aturdido y tironeado.  Si luchamos contra pensamientos y sensaciones, estamos haciendo de la meditación un trabajo. No hay que hacer,  simplemente hay que ser, incluir todo: sensaciones, pensamientos, dolores físicos, emociones, etc. La tradición oriental intenta suprimir la actividad del pensamiento y del deseo; la tradición occidental, en cambio, pretende asumir e integrar todo lo que se produce en el exterior y el interior de la persona. Todo forma parte de ella. No hay que excluir sino incluir. No hay que rechazar y descartar sino integrar y unificar.

De los sentidos internos de la memoria y la imaginación se pasa luego –en el proceso de la meditación- a las potenciales espirituales superiores: la inteligencia y la voluntad. Se trata de abrirlas a una percepción más profunda, más aguda, más intuitiva, más perceptiva. No hay que acallarlas. Hay que potenciarlas, despertarlas. Cada uno de estos momentos de la meditación -recorriendo el cuerpo, los sentidos externos e internos y las potenciales espirituales del alma- siempre es sanador. Va curando y armonizando.

En la cumbre del espíritu humano –en la inteligencia y la voluntad- el camino recorrido por la meditación se vuelve contemplación: una concentración esencial, simple, intuitiva, amorosa, unificada y pacificada.

Tal es el camino: de la meditación a la contemplación. De la respiración, a los sentidos externos, de los sentidos externos a los sentidos internos, de los sentidos internos a las facultades superiores del alma. Allí todo se concentra y se hace simple. El contacto con uno, con los otros y con Dios, se vuelve un solo punto de concentración. Se  intensifica y se expande el amor y la iluminación. Del paso de la meditación a la contemplación, se llega finalmente a la sabiduría.


5. La contemplación en la tradición espiritual cristiana


Metodológicamente –en cuanto a la técnica- no hay mucha diferencia material entre la meditación cristiana y la meditación proveniente de religiones o filosofías orientales. En ambas se pueden asumir las técnicas de respiración, el reconocimiento del cuerpo, los sentidos externos e internos y las facultades espirituales. Conviene recordar que la religión judía y la cristiana, originalmente, han sido credos nacidos en Oriente, en las regiones de Tierra Santa. Cuando hablamos hoy de religiones o filosofías orientales nos referimos a las que han surgido milenariamente en la India, en la China y en el Japón, sobre todo, y que tienen mucho auge en la actualidad también en Occidente.

La diferencia en la meditación cristiana y la oriental se encuentra, fundamentalmente,  en la experiencia subjetiva, ya sea que el creyente pertenezca al cristianismo o a alguna religión o filosofía oriental.  Son los contenidos espirituales y religiosos doctrinales los que se distinguen. Ciertamente -a las técnicas de meditación- un fiel cristiano debe colmarlas de sentido y de contenido cristiano. Además, otra distinción entre una meditación y otra proviene del hecho que la meditación oriental intenta la unificación, la pacificación y la iluminación con uno mismo. Puede existir una expansión de la conciencia en unión con los otros seres vivos y con el cosmos; aunque no siempre supone el encuentro con un Dios personal. Por lo general, las religiones orientales son politeístas y no reconocen que sus divinidades sean entidades personales. A menudo son representaciones de fuerzas y energías. En el monoteísmo del judaísmo y del cristianismo, en cambio, la meditación es sólo un camino, un instrumento y una herramienta fundamentalmente para unirse a un Dios personal. No se hace tanto hincapié en la autoperfección personal.

La meditación oriental mira más al sujeto; la meditación cristiana se abre principalmente al Dios personal y cuando impulsa la conversión del creyente es porque supone primero que éste se ha encontrado con Dios. Primero es la contemplación de Dios y luego, como en un reflejo de espejos, nos miramos a nosotros mismos en su luz. En la meditación oriental, en cambio, al no existir divinidad personal, la contemplación es prioritariamente concentrada en el individuo.

Por otro lado, en el cristianismo hay diferencia entre meditación y contemplación. El término contemplación proviene de la palabra latina contemplatioque deriva de contemplum, un lugar como una plataforma situada delante de los templos paganos, desde la cual los sacerdotes y los servidores del culto escrutaban el firmamento y los astros para conocer los designios de los dioses. La contemplación era el ejercicio de descifrar, en la  oscuridad, el designio divino. De contemplum procede también el término latino contemplarique significa “mirar lejos”. Contemplar, por lo tanto, también es un mirar profundo y agudo.

Los primeros escritores cristianos de occidente tradujeron la palabra griega theoría que existía en  la filosofía griega por “contemplación”. Un término castellano relacionado con theoría es “teatro”. En esta acepción contemplación es un mirar con atención, interés y admiración como se sigue un espectáculo en el teatro.

De estos significados de la palabra contemplación se han derivado su uso cuando hablamos de  contemplación estética o artística siendo su objeto la belleza; contemplación filosófica o intelectual siendo su objeto la verdad y contemplación religiosa o sobrenatural cuando se contempla a Dios y a sus misterios, tal como afirma la Palabra de Dios: “alcancen un pleno conocimiento de la voluntad de Dios con toda sabiduría y entendimiento espiritual” (Col 1,9; Ef 1,16-17).

En las enseñanzas de la tradición espiritual cristiana, San Juan de la Cruz enseña que la contemplación es una “ciencia de amor”[1] y San Francisco de Sales afirma que “la contemplación es una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas de Dios”.[2]

Ciertamente es un conocimiento experiencial otorgado por la fe y el amor,  concedido directamente por Dios como gracia, sin que haya esfuerzo y actividad de parte del ser humano por conseguirla. Es un don que se pide y se recibe. Mientras que la meditación –siendo también una gracia de Dios- supone el trabajo activo de cada uno, asumiendo el cuerpo, la respiración, los sentidos externos e internos, la inteligencia y la voluntad en un proceso de unificación; en la contemplación, en cambio, no hay acción alguna por parte del ser humano. Sólo hay recibir de Dios esa gracia, en la cual se disfruta de la luz y del amor de Dios como fruto exquisito de la sabiduría de lo alto.

En la meditación -se va haciendo el proceso de unificación personal visualizando cada parte del cuerpo y las facultades del alma- sin que por eso seamos nosotros mismos el centro. En la meditación también se pueden asumir los contenidos de los misterios de Dios en la fe para poder gustarlos internamente. En eso se diferencia la meditación cristiana de otra que no lo sea. La práctica de la meditación y de la respiración en la perspectiva oriental es para el autoconocimiento y el control del cuerpo y de las emociones. En la visión cristiana eso está supuesto aunque no alcanza. Tanto la meditación, como la contemplación, son caminos –no sólo de unificación personal- sino sobre todo de experiencia de Dios.




[1] Cf. Noche oscura, II, 18, 5
[2] Cf. Tratado del amor de Dios, 6, 3

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