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Channel: Eduardo Casas - El lado humano de la fe.
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POESÍA: UNA FORMA DE LEER, ESCRIBIR E INTERPRETAR LA VIDA

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1. Arte efímero


Es preciso hablar de poesía provocando que la poesía se diga a sí misma. Es ella la que nos pronuncia a nosotros, relatando la vida y las cosas. Entre las palabras, artesanalmente elegidas por el poeta, la poesía siempre se dice a sí misma.

Un poema, más allá de su extensión, es algo relativamente breve. Esa condición de cualquier poesía, aún sin decirlo, nos habla sobre lo efímero y lo fugaz que es todo, incluso la vida.


No hay nada más frágil que un poema.

Aún más frágil que una mirada, un suspiro,
un silencio, una brisa o un recuerdo.

Más efímero
que una tarde despidiéndose.

Todo es frágil:
El inconstante corazón con sus dudas;
el vaivén agitado de los deseos;
y estas palabras, disueltas en el viento.

Pocas cosas hay frágiles como un poema.
Sin embargo, de los dos,
sólo él sobrevivirá.[1]


2. Arte mayor


La poesía –como género literario- ha tenido que superar, a lo largo del tiempo -y aún hoy- los estigmas de algunos prejuicios. Algunos dicen que es cursi, melosa, romántica, melodramática, que la consumen solamente adolescentes soñadores, que es un género menor, que grandes literatos nunca han escrito poesía… etc.

Ciertamente muchos grandes escritores no han escrito poesía por no quedar tan personalmente expuestos. No todos los géneros literarios son abordados por todos los escritores. Un escritor maduro en su oficio se atreve a hacer poemas, así como el verdadero actor es el que se anima a hacer teatro alguna vez.

La poesía es un arte mayor bastante delicado. Requiere de  concentración y economía de lenguaje. Con poco, hay que lograr mucho. No es como un cuento, un ensayo  o una novela donde la extensión es variable e importante. En la poesía, la intención del autor está al servicio de la emoción del lector. La intensidad prevalece, sobre todo. En ese sentido, toda poesía es pasión, en el doble sentido de la acepción de la palabra pasión: vehemencia y padecimiento. Hay que sentir y hay que parir la palabra.  

La poesía es la traducción de las cosas y las situaciones al mundo de la emoción. Es un privilegiado lenguaje que pinta paisajes de universos interiores que se transmite por el sonido y el ritmo de las palabras. Música del pensamiento en la cadencia de las frases. Una susurrada confesión semejante a la respiración. Un aleteo del espíritu: conmoción, fogonazo, impacto, perplejidad.

Es un arte de artes ya que trasciende a la propia literatura. En muchos casos, poesía y arte es lo mismo porque –en definitiva- todo arte es poesía o –al menos- pretende ser poético: la pintura es poesía visual; la música es poesía auditiva; la arquitectura es poesía táctil; la danza es poesía corporal. Todo remite a la poesía, la madre de todas las artes y el texto primordial de la vida. Con la poesía descubrimos que el universo es literatura. Basta saber leerlo.

La poesía –dentro de las artes- es caprichosa e indómita. No se sujeta a ningún canon, regla, método o convención pre-establecida. No hay nada universal que la rija. Transita entre la autobiografía emocional y la ficción; lo que nos pasa y lo que soñamos. El deseo y la imaginación se encuentran en el territorio de los sueños para convertirse, en el corazón del poeta, en una nueva mirada sobre el mundo, mientras ensaya la lenta laboriosidad de dar a luz cada palabra, sintiendo  la música de ciertos silencios hasta dar con la melodía que contiene el verso de algún poema que lo está buscando.

Cuando ese sueño se convierte en poesía coexiste lo ficcional y lo personal. A menudo lo personal es también biográfico. Aunque, en ocasiones, no se identifiquen necesariamente. Se puede remitir a un sentimiento personal sin que, necesariamente, se aluda a una situación biográfica precisa.

Todo poeta se inventa a sí mismo. Recreando y transformando imaginación, sueño, memoria y nostalgia. Algo se dice a partir de cada uno. Somos un texto. La vida también lo es. Somos palabra y literatura: lenguaje, idioma, alfabeto, relato,  historia y biografía que buscan ser vividas y contadas.

Somos un texto vivo –incluso genéticamente hablando- convergen en nosotros los cauces de dos historias que se unieron para darnos vida. En nuestros genes está inscripta –y de algún modo también transmitida- la biografía de nuestros padres y ancestros. Llevamos dentro -y en nosotros mismos- un texto que escribimos y que continuamos vamos delegando a las próximas generaciones. Cada ser lleva y escribe -de muy diverso modo y desde lo más constitutivo de su ser- su propio argumento. La vida es un don y una misión que recibimos solamente para relatar ese texto. Algunos encuentran -en eso- una vocación: los escritores. Dentro de los escritores, los poetas buscan una concentración esencial de la palabra.


3. Somos texto y textura


Todo ser y todo el ser habla, revela y pronuncia algo que debemos descifrar. Todos -en algún momento- somos alguien relatado, narrado y contado ya sea en una conversación, en una foto, en un escrito, en una memoria o en una palabra. No hay nada que no transmita un mensaje. La sabiduría radica en poder interpretar.

La vida es la sustancia poética del que escribe a partir de la textura de la existencia, la propia y la de otros. El poeta –desde la singularidad de su decir- tiene una función social y solidaria ya que la palabra es comunicación, genera puentes. Todo poeta poetiza la vida, tiene algo que decir con ella, inventar su propia parábola. En definitiva: textura la vida.

Texto y textura aluden a tacto y contacto. Todo tiene su propia “textura”: un cuerpo,  un suelo,  una piel, una pared, una música. Todo es un relato. Se puede escribir, describir y narrar. Es por eso que la trama y  la textura narrativa o poética define al texto.

El sentido del tacto está muy ligado al acto de escribir. Los ciegos usan las manos para leer y poder ver. Cuando deseamos percibir la textura de algo suave, áspero, rugoso o terso, usamos el tacto. Cada textura genera una sensación distinta. El tacto y el contacto son también una forma de ver, una manera de observar y contemplar, un modo de percibir. Texto y tacto, textura y contacto nos hacen leer, escribir e intercambiar mucho más que palabras.

El amor utiliza el lenguaje del tacto y del contacto. La escritura también lo emplea porque es una forma de amor, una manera de tocar las fibras de otro, un modo de conectarnos y contactarnos. Un poema que escuchamos o que leemos nos hace transitar desde la piel de otro. En un poema -alma y piel- son lo mismo.

La poesía, ese refugio de ciertas soledades,
nos hace amar lo que otros han amado.
Nos regala música de palabras y sueños de silencios.

El tiempo escribe su propia poesía.
Él va reuniendo las palabras.
Realiza su propia antología.
[2]

 Hay que ser muy fuerte para poder exhibir el alma en la intemperie de la poesía, la cual requiere el pudor de un arte silencioso que intenta decirse con palabras. Hay muchos poetas del silencio, aquellos que no encuentran las palabras para transmitir las emociones porque la vida, generalmente, nos excede.

Es por eso que un poema -sobre todo- es una experiencia íntima, personal, intransferible y no responde, en primer lugar, a la pregunta qué sentido tiene escribir sobre tal cosa. Como muchas realidades las experimentamos no porque tengan sentido vivirlas sino para que logren tenerlo, una vez vividas.


4. Existencia poética y estética emocional


El verdadero artista es el que logra una existencia poética y una estética emocional, el que toma la sustancia de su vida y la interpreta, desentrañando la belleza escondida, la palabra que está allí para ser pronunciada. La belleza no se explica. Existe, acontece, ocurre. Está ahí, se revela. Solamente se disfruta, se goza. Nos sumerge en su atmósfera. Nos introduce en su mundo aunque sea tan pasajero como el tiempo.

Vida y tiempo están hermanados intentado, en cada poema, superar todo límite, incluso el de  muerte. Un poema es una pequeña resurrección, al menos la reviviscencia de un universo personal a través de la emoción que se transmite y flota con una existencia repentina y breve.  Sólo así nos permite seguir alimentando sueños en tanto la vida nos concede algún permiso inesperado, alguna sorpresa. El poeta es el que hace esos intentos sabiendo que  

Hay quienes escriben con tinta,
 con sangre,  con espíritu,
con lágrimas o con suspiros.

Los poemas se escriben, se arman y desarman.
Respiran, laten y desangran.
Viven y mueren.[3]

La poesía es ciertamente la ejecución de una música personal. Cada poeta engendra un estilo propio. La poesía es –casi- intraducible. No me refiero sólo a la letra sino a la experiencia. Si bien hay traducciones de poemas, el escritor concibe su obra con la musicalidad y la emocionalidad de un idioma concreto. Generalmente las traducciones de poemas no hacen justicia a la belleza de la lengua original. A menudo traducir poemas es dar a luz un segundo poema, el que se hace en colaboración entre el autor y su traductor. Luego se suma otro poema, el que tiene el lector adentro y desde el cual lee. Un poema es algo vivo. Resulta una conjunción de miradas y voces. Un encuentro y una convocación. Un registro de frecuencias diversas que mutuamente escuchan sus ecos.

Decir que hay buena o mala poesía es una desconsideración. En todo caso, hay poesía que nos gusta y poesía  que no nos gusta. No existen buenos o malos escritores sino escritores que nos interesan o que no nos interesan. Un escritor se define por su forma de decir la palabra y de crear, con ella, distintas narrativas.      

En la actualidad existe poesía en todos los formatos. Continúan publicándose libros de poemas tanto en papel –el formato analógico- como en formato virtual. El libro es un alma más que un objeto y persiste porque lo avalan razones culturales, históricas, afectivas y simbólicas. Hoy se tiende a la convivencia literaria de todos los formatos para posibilitar diversos modos de lectura. Ya sea en papel o en pantallas, la poesía sigue proporcionando magia y belleza en un mundo con hambre espiritual.


5. Escribir es escribirse


La poesía ayuda al propio conocimiento interior y a la autorrevelación ya que nos conecta con nosotros mismos, con nuestro mundo, con nuestro sentir, con nuestra propia y singular emocionalidad. La poesía es la  manifestación literaria más personal y profunda del yo. Procura un  autoconocimiento desde lo estético, a partir del lugar de la belleza y su luz particular. La belleza es interioridad. Emerge de lo profundo para proyectar esplendor e irradiación. Escribir nos manifiesta interiormente, nos expone, nos delata y nos muestra.

Tocar el alma.
Piel adentro.
Abismos subterráneos.
Huellas sigilosas.
Mares profundos.
Somos todos los paisajes”.[4]

Uno escribe para pronunciarse, para decirseen su propio universo. Para el poeta, la literatura es vida y vocación personal, testimonial y confesional. Cada vez que alguien escribe, está re-escribiendo su experiencia, su vida, su memoria y su visión del mundo. Constantemente estamos re-escribiéndonos. Por eso la labor del escritor -muchas veces- es solitaria. Hay que llevarse bien consigo mismo para escribir. Se pasa muchas horas en soledad, luchando con palabras y pensamientos, haciendo borradores para no estar nunca demasiado satisfecho ya que las cosas pueden decirse de variadas formas, algunas más hermosas que otras.

No siempre se sabe lo que va a pasar en el proceso creativo de un texto. El escritor es mediador en su propio texto. El texto guía al escritor y lo pronuncia en una peregrinación y en un viaje que lo sorprende mientras escribe. No hay mejor aventura para un escritor que descubrir su propio texto mientras lo está escribiendo. Luego vendrá otro posterior redescubrimiento: la lectura y la corrección. Ésa es la práctica de un escribriente ya que continuamente ensaya sobre su propia palabra hasta alumbrarla, tal como la escucha dentro. Para luego, una vez escrita, volver a hacer el proceso, una y otra vez. Las palabras decantan la vida que se destila por los poros del alma.  

Un texto resulta el repliegue de múltiples capas, hasta que se logre su mejor versión. Generalmente la más pulida suele ser también la más simple. La poesía es como la vida. Se vuelve más sencilla a medida que pasa el tiempo. Todo poema es la esencialidad de la palabra. Es espejo. El poeta busca dar con aquellas palabras cuya sonoridad y musicalidad sean necesarias para la belleza auditiva de su poema.


6. Interioridad sonora y habitada


Escribir es el oficio de las palabras a partir de la riqueza del mundo espiritual de cada uno. Como todo arte, también la escritura es un oficio de interioridad. Es la aventura de encontrarse consigo mismo intentando pronunciar el propio universo para compartirlo con otros.  

Un artista siempre convoca a su mundo interior, a su laboratorio de creatividad, a la usina inmanente de su espíritu. Allí transmuta todo a partir de la elaboración de sus vivencias, las cuales requieren de un cierto autismoen el proceso creativo. El escritor necesita una cierta abstracción. Hay algo que se desconcecta afuera para conectarse dentro.

El poeta es un geólogo que explora suelos y terrenos, recorre geografìas y paisajes, busca en las vetas profundas, se sumerge en las entrañas, en la hondura de su ser y de su herida. Es también un arqueólogode la palabra, examina cimientos y raíces, sondea lo que permanece oculto, desentraña sonoridades y sentidos. Trabaja simultánemaente con el territorio limitado de las palabras y con el vasto universo de la imaginación.  La vida  y los sueños son los materiales de la literatura.

La escritura tiene que ser un espacio de íntima felicidad, un gozo laborioso, muchas veces tedioso y sacrificado. El gozo y el trabajo no se excluyen. En principio un escritor no tiene que estar preocupado principalmente por publicar sino por crear. La publicación siempre es una consecuencia. Cuando la obra se publica, entra en otra esfera de existencia. Se vuelve pública, se comunica generosamente  a otros,  se desprende de su autor y puede llegar a muchos por muy diversos caminos. La publicación no le agrega calidad sino notoriedad a la obra. Los otros pueden saber de su existencia y –y al dar con ella y leerla- sentirse identificados.

Las palabras hacen este juego de espejos interiores porque remiten a experiencias más o menos comunes que todos transitamos. El poeta sólo les da su propio decir. Tamiza la experiencia y -de alguna manera- nos pronuncia a todos. Siendo particular -en su decir-  se vuelve universal en su sentir. Para eso hay que conocerse bien y saber traspolar las vivencias personales a experiencias comunes. 

Cada poeta es el poeta que puede, ya que escribe desde la vida y el acerbo que tiene. A veces el título de escritor o de poeta puede quedar grande, aunque de hecho haya publicado libros. A lo sumo somos autores. Hay muchos autores de tesis doctorales o de investigaciones y no por eso son escritores. Para llegar a ser escritor y –sobre todo poeta- hay que andar y re-andar el propio camino. Un escritor es  un trabajador de las palabras, un escribiente, un aprendiz del oficio de las letras, un orfebre del lenguaje y de su música, un hacedor de continuos borradores, un escriba de símbolos, un amanuense de papeles mudos, un copista detallista y un calígrafo aplicado.

Algunos llegan a ser escritores y -en menor número- unos pocos se convierten en poetas ya que un poeta es un mago de palabras, un hacedor de sueños, un peregrino de esperanzas, un curador de heridas que escribe historias, sueños y memorias: relata pequeñas utopías con grandes alas.


7. Escribir es un oficio múltiple


Escribir es una tarea, un oficio, un trabajo, un arte, una disciplina, una pasión y una vocación. Es una tarea cuando resulta un hecho fortuito e incidental, sin demasiada importancia, algo circunstancial que hay que hacer por alguna necesidad. Hay gente que escribe en su trabajo y no por eso es escritor. Escribir también es un oficio cuando compromete un hacer dedicado, un aprendizaje continuo, un tiempo sosegado. Es –además- un trabajo. Generalmente resulta lento y arduo. Es, por supuesto, un arte porque supone creatividad al servicio de la experiencia estética.  Es –a la vez- una pasión cuando se siente de manera imperiosa y absorbente, sin poder rechazar. Un imperativo interior, una especie de adicción que no da descanso, ni tregua. Se presenta y manda. Es -por último- una vocación, cuando  toma toda la vida y las actividades y subsiste, más allá de cualquier embate. Un llamado de camino personal. Don y carga, aventura y el trabajo. El verdadero escritor es aquél que inevitablemente lo es.

No hay que tener una imagen idealizada de lo que es un escritor. Hay quienes piensan que el escritor -y sobre todo el poeta- escribe bajo los efectos de alguna inspiración repentina. En verdad, la inspiración -más que un destello de genialidad ocurrente- es el resultado de un lento acopio de impresiones, experiencias, imágenes y sensaciones que, al advertir algún estímulo, interior o exterior, despierta y busca, en ese depósito oculto y en esa urdimbre silenciosa, las raíces profundas con las que se pueden armar los entretejidos y texturas que dan origen a un texto.  La inspiración no acontece. Lo que adviene es el estímulo, el cual actúa movilizando nuestras reservas interiores para que algo se transmute y salga.


8. Transfiguración textual


Una vez que se escribe el texto, el proceso sigue. De la creación se pasa a la corrección. A veces se corrige más de lo que se escribe. La corrección forma parte de la calidad literaria que se busca en toda escritura e insume -a menudo- mucho más tiempo y concentración que la misma escritura. En el proceso creativo no siempre se sabe la ruta que se ha de tomar. Es preciso dejarse llevar y sorprenderse. En la corrección, en cambio, ya se sabe el camino que se ha tomado y hay que volver a rehacerlo, poniendo atención en los detalles y en el pulido textual.

La corrección es la verdadera transfiguración del texto. Es un corte, una herida, una verdadera cirugía estética del texto. Mientras más herido, más rejuvenecido aparecerá. La corrección es una sobre-escritura sobre la escritura original. Es la última capa del texto del autor y la primera capa del texto del lector. Es allí, en la última versión del texto –sobre todo cuando se publica- donde el autor y el lector coinciden en la misma capa textual. En la corrección, el autor se vuelve un aplicado lector de sí mismo. Cambia de rol a partir de su mismo texto haciendo que escritura y lectura se complementen simultáneamente.

De hecho, para el escritor leer y escribir –escribir y volver a leer- son una misma actividad en un único proceso textual. Lectura y escritura constituyen anverso y reverso de un mismo texto y de un único oficio. Ciertamente para escribir algunas cosas, hay que aprender a leer mucho y de todo. No sólo textos sino también
leer historias y mundos,
miradas, corazones, laberintos, huellas,
cartas, libros y almas,
memorias y olvidos,
amores y desamores,
esperanzas y decepciones,
sueños y fracasos.

Páginas en blanco y rostros.
Cuerpos, arrugas, sufrimientos, infiernos y paraísos.

Leemos para dejarnos leer.
Releemos, escribimos y corregimos.  

Alguien interpretará,
encontrando señales en el sendero
por el que hemos transitado.

La lectura resucita las palabras.[5]


9. Simplemente escribo


Para terminar, me permito un momento más personal, si me preguntan por qué escribo –un interrogante que cada uno debe personalmente responder- yo podría decir que

Escribo porque se me ha dado el oír
y quien escucha puede pronunciar lo recibido.

Escribo para transfigurar mi oscuridad en luz
y mi herida en paz.

Escribo porque sí,
y porque no,
y por las dudas,
y porque no sé.

Escribo en la secreta alquimia
de dar con mi propia clave:
la llave que lleva grabado mi nombre
y su designio.

Escribo porque releo y descifro signos.

Escribo para buscarme y encontrarme,
hilvanando los hilos invisibles
que recorren mi viaje.

Escribo como quien  deletrea el enigma
de una sola palabra,
acaso un solo vocablo
o una sola sílaba.

Escribo con mi alma y mi voz,
diseñando mi mándala.

Escribo como quien muere cada día con sus dudas,
recorriendo el camino
y rehaciendo el viaje.

Escribo porque la escritura me ha encontrado
y no me ha dejado.

Escribo para llevarme algo conmigo,
cuando deje el resto.

Escribo porque estoy habitado por dentro.

Escribo para multiplicarme
y no estar tan solo.

Escribo porque todo me ha sido dado para eso.

Escribo porque es una forma de generosidad
que no se guarda lo recibido.

Escribo sabiendo que hay un texto que se está escribiendo
y que toda obra es póstuma e inconclusa
como cada vida y su destino.

Escribo como un orfebre
que va puliendo lo que el tiempo esculpe
y gasta.

Escribo como quien sueña,
tiembla,
agoniza,
y se desangra.

Escribo porque dentro de mí hay siempre una página en blanco.

Escribo para terminar mi monólogo
cuyo punto final nunca encuentro.[6]





[1]Casas. E. (2015). Entrelíneas. La vida es un texto. Bs. As: Sb editorial, 8. Poema “Demasiado frágil”.

[2] Op. Cit., 9. “Lo que el tiempo escribe”.
[3] Op. Cit., 10. “Poema Olvidado”.
[4] Op. Cit., 136 . “Soy todos mis paisajes”.
[5] Op. Cit., 20. “Lectura sigilosa”.
[6] Op. Cit., 11-14. “Escribo”. 

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