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Channel: Eduardo Casas - El lado humano de la fe.
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EL AMOR DE HERMANOS

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Espiritualidad para el siglo XXI

Eduardo Casas

1. El amor de hermanos se construye en la convivencia



Reflexionaremos sobre un vínculo que no siempre tenemos en cuenta y en el cual el amor se expresa de una manera particular. En una familia generalmente están los padres y los hermanos.  

La maternidad, la  paternidad, la filiación  y la fraternidad –roles principales que constituyen a la familia- tienen la  base común de los lazos de la sangre o los del corazón. A la vez, cada rol, se diferencia específicamente de los otros.

El amor filial -amor entre hijos y padres- implica una relación de amor en la que existe, entre otros, el componente de la autoridad de los progenitores hacia los hijos. El amor fraterno -que hoy consideraremos especialmente-es el amor entre hermanos, los de sangre y los que no lo son y supone una relación de igualdad y horizontalidad  basada en la convivencia sana y constructiva.

Es uno de los amores más grandes e incondicionales que pueden existir, una bendición que Dios y la vida nos dan. Tener hermanos es un privilegio y un regalo que no todo el mundo los tiene.

El amor fraterno tiene características propias que lo hace especial, distinto y único. “Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera” dice el libro nacional argentino, el “Martín Fierro” de José Hernández. La ley primera es la unión entre hermanos, la cual no es sólo, la vía natural de la consanguinidad sino, además, es un aprendizaje familiar y social continuo. No importa el número de hermanos. Siempre es un amor muy especial.  

Las relaciones que se producen entre los miembros de la familia todas se basan en el vínculo de sangre (o las del corazón en el caso de la adopción de los hijos o las familias ensambladas) sostenidas por el afecto vinculado a un sentido de pertenencia y por la convivencia en común, afrontando juntos las posibilidades y las dificultades particulares de cada hogar. En muchos casos esto genera rasgos comunes que tienen que ver con ser una misma familia con un patrimonio de experiencias, horizonte de sentido y valores comunes. Aunque todos convivan en un mismo entorno familiar. No todos son iguales. Cada uno es una persona singularmente única y especial.

El amor entre los hermanos es  el mejor fruto de la siembra de los padres y es una de las  maneras más ricas de vivir el amor familiar, en el que cada hermano ha servido al prójimo más próximo: sus otros hermanos.  
                                                                                                                                                           
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
Tener hermanos, desde pequeños, es la primera oportunidad de experimentar  lo que será el mundo exterior al crecer ya que siempre hay que interactuar con otros. Un hermano es  la mejor escuela de vida y de socialización. Un gran entrenamiento.

En este vínculo en cuanto más crece, se desarrolla la capacidad crítica, amando y aceptando al otro, tal cual es. Las personas que conviven con hermanos tienden a ser más capaces a la hora de resolver problemas.

No siempre hay que suponer que -por vivir en la misma casa y tener la misma sangre- surgirá de modo espontáneo el afecto y cariño. El amor fraterno, como cualquier otro amor, se construye día a día.  Los padres tienen una gran  responsabilidad en esta tarea. Es preciso que cada hijo aprecie, respete y ame a sus hermanos.
        
Desde el amor, los padres pueden ayudar mucho a que entre los hijos se promueva un clima de respeto. Es importante educar a cada hijo para que no se encierre en su  mundo y pueda siempre abrirse. Sus hermanos son una escuela para la vida. Quien se comunica con a sus hermanos se capacita para interactuar con cualquier otro ser humano, el cual también puede ser considerado un hermano.


2. El amor de los padres a  cada uno de sus hijos



Se oye frecuentemente que los padres profesan un amor a todos los hijos por igual. Sienten una especie de temor decir que el sentimiento por cada hijo es como cada hijo, distinto. Eso no es necesariamente  injusto o discriminatorio. El amor por cada hijo no puede ser el mismo porque cada hijo despierta el amor de padres de una manera diversa.

A cada hijo se lo ama de una manera distinta. Sin embargo, ese amor –por parte de los padres- es siempre incondicional para con cada uno. Se ama a cada hijo de forma diferente  aunque a todos de manera total y única, sin unificarlo desde el rol común de hijos. Considerando en cada uno la singularidad que tiene como persona y como hijo.

El corazón de un padre y de una madre es para todos sus hijos, aunque el amor profesado a cada uno en particular sea distinto. No es mayor, ni menor. No es más o menos intenso sino singular, único, irrepetible e intransferible como cada uno de sus hijos.

El arco iris tiene muchos colores diferentes y -sin embargo- es uno solo. De igual manera el amor paterno y materno nace de un mismo corazón aunque tiene tonalidad diversa para cada hijo en particular. Es todo para cada uno, sabiendo que en cada uno es distinto porque cada hijo es diferente por ser una persona diversa. Cada hijo suscita un amor único, aunque con todos los hijos el amor sea incondicional y único.

En ese sentido es muy similar al amor de Dios que no es una abstracción. Ama totalmente a cada uno, amando a todos.  El amor universal se particulariza, de lo contrario sería una abstracción.   


3. Sangre, corazón y vida


Hay que disfrutar el tener hermanos. Es uno de los amores más  sinceros. Son cómplices de  la vida y del tiempo compartido. Entre ellos existen códigos únicos. No es sólo la sangre  los hace hermanos sino, sobre todo, el corazón y la vida.

Pueden enojarse, pelearse e incluso no hablarse,  aunque jamás dejarán de quererse. En el caso de que haya un problema que los distancie, éste tiene que ser lo suficientemente grave. A menudo hay que tener la valentía de pedir disculpas y perdón. Hay que construir la recíproca reconciliación. Lo natural es una comunicación fluida.

Es preciso recordar viejas lecciones cuando los padres  enseñaban a  pedir perdón mutuamente, sin importar quién inició el conflicto,  asumiendo la responsabilidad de cada uno por sus actos. Al solicitar disculpas, es importante el contacto físico. Mirarse a los ojos y darse un abrazo y beso. Los gestos valen más que todas las palabras. Mostrarse vulnerable no es sinónimo de debilidad sino de crecimiento y madurez.

Puede que los hermanos en el futuro tengan caminos muy diferentes y que -a veces- no se frecuenten tanto,  sin embargo siempre se sabe que los hermanos están ahí y se cuenta con ellos incondicionalmente.


 4. La palabra “hermano” es un también una metáfora


En la Palabra de Dios el término “hermano” aparece muy abundantemente. Los judíos llamaban “hermano” a sus parientes cercanos. Jesús expresó que su madre y sus hermanos eran quienes recibían la Palabra de Dios (cf. Lc 8,21). Para los cristianos, todo ser humano es un hermano y como tal debemos fraternalmente amarlos (cf.  1 Ts 4,9; Hb 13,1; Rm 12,10). No se puede amar a Dios a quien no vemos sin amar a los hermanos a quien vemos (cf. 1 Jn 4,7; 20,21).

La palabra “hermano” -desde la fe- expresa el vínculo de identidad y de relación entre los creyentes.  En el lenguaje popular la expresión “hermano”es también una bella metáfora del vínculo cercano entre las personas aunque no tengan lazos sanguíneos. Frecuentemente se llama “hermano” al amigo. De hecho,  son  -de algún modo- hermanos que se eligen: hermanos del alma y de la vida.  


5. El número de hermanos


Siempre se ha dicho que el hijo único tiene fama de creerse el centro, que es egoísta, malcriado, caprichoso, rebelde, consentido y sobreprotegido. El problema de crecer sin hermanos es que todas las expectativas y las exigencias familiares están puestas sobre el hijo único, sufriendo, a la vez, los miedos y equivocaciones de los padres.

No obstante, tanto los hijos únicos como los que tienen hermanos pasan por las mismas situaciones.La mayoría de las veces los hijos únicos suelen ser particulares por la manera cómo los padres los educan y no por ser hijos únicos. Su personalidad depende mucho del ambiente familiar. El hijo único puede tener un desarrollo tan sano como el que tiene hermanos.

Cada vez son más las parejas que tienen un sólo hijo. Los padres priorizan su profesión y oportunidades laborales, privilegiando la situación económica de la familia. Muchas parejas planifican la decisión de tener un solo hijo.
  
Antes el hijo único pasaba mucho tiempo con su familia previamente a ir a la escuela. Ahora, en cambio, van cada vez más tempranamente a guarderías y a establecimientos educativos.

Los padres que tienen un solo hijo deben fomentar en él la autoestima, valorando los logros sin que se sienta  el centro. Además estimularlo a interactuar y a compartir experiencias con otros, sin ser dependiente, ni estar reclamando permanentemente más atención. Por lo general, los hijos únicos suelen madurar más rápido por compartir, gran tiempo de sus vidas, con adultos, los padres y los abuelos.

Hay hijos únicos que lo son circunstancialmente hasta tanto un hermano. En todo caso, el lugar privilegiado que tenían se desplaza. Tienen que empezar a compartir todo, especialmente el afecto paternal y maternal.

La niñez es una etapa fuertemente narcisista y demandante. El corrimiento del ego infantil -ante la llegada de un hermano- es una de las lecciones más duras por la que puede pasar un primogénito. Surgen  así los celos naturales que no se superan tan fácilmente, ni siquiera cuando el hermano llega. Al contrario, a veces, ante los hechos, se intensifican porque el niño no puede entender que el corazón de un padre o de una madre puede albergar el amor de más de un hijo.

Siempre los modelos de aprendizaje del primogénito se definen en torno a las enseñanzas de sus padres, cargados por las expectativas e inseguridades propias de la primera paternidad y maternidad. Ser el hijo mayor otorga privilegios y también cargas. 

Los diversos hermanos de una misma familia tienen vivencias y responsabilidades diferentes según su orden de llegada. El lugar que una persona ocupa en la familia define su modo de ser y de vincularse. Ser el hijo mayor, el del medio o el menor no es lo mismo.

Los tiempos de llegada de cada hijo marcan diferencias ya que tienen a los mismos padres en diversos puntos de su propio proceso de madurez parental. La relación con cada hijo es distinta de acuerdo al momento personal y relacional en que se encuentren los padres. Cada hijo es un ser distinto, único, con diferente comportamiento y necesidades y tienen derecho  a  iguales oportunidades.

La función más importante que cumplen las relaciones entre hermanos es el aprendizaje de la convivencia, la resolución de los conflictos, la solidaridad y el compartir, entre otras cosas.

Otra experiencia que marca profundamente el vínculo entre hermanos, opción que no en todas las familias existe, es la decisión de adopción por parte de los padres. La fraternidad no es sólo consanguínea, también es una construcción que se basa en el afecto y en una actitud espiritual que trasciende el nivel meramente biológico.

La identidad de una persona no sólo es a partir de su base genética sino además está configurada por  todo el componente emocional afectivo y espiritual que posibilita, incluso en el marco jurídico y legal,  todos los derechos.

La adopción es un acto permanente de amor familiar que trasciende el límite de la sangre y el apellido  otorgando identidad y pertenencia a una persona a partir del vínculo que lo incorpora, con plenitud de derechos, a una determinada familia, con su historia, iniciando un mutuo camino de recíproco aprendizaje de amor,  crecimiento y madurez para siempre.

No debemos olvidar que, en su familia humana, Jesús era hijo natural de María e hijo adoptivo de José. Su psicología y su emocionalidad experimentaron la vivencia de la adopción y fue la paternidad humana del esposo de María la que le ayudó a descubrir a Dios como Padre. También los cristianos nos decimos “hijos adoptivos” de Dios (cf. Rm 8,2.25) para diferenciarnos de Jesús, el Hijo natural de Dios, el Hijo por excelencia. De su filiación, todos participamos.


6. El amor fraterno


 Entre los hermanos pueden existir celos, competencias, envidias, rencores, traiciones, resentimientos y todas las sombras que opacan el corazón humano. Sin embargo también en el amor fraterno puede existir toda la luz de la cual somos capaces de irradiar.

El amor entre hermanos y de hermanos, es algo muy difícil de explicar. Es fuerte, hermoso, incondicional e indestructible. Se nutre  de la sangre común, de la vida, de las raíces y de la historia de la  familia.  Es mezcla de cuidados, complicidades, secretos, peleas y reconciliaciones. Consiste en un estar siempre, a la par, cuando haga falta, más allá de las edades, las situaciones y las diferencias, sabiendo que nada, ni nadie jamás puede alejarlos y que siempre hay una razón para estar en contacto y celebrar la vida. Es sentirse orgulloso por los logros de los hermanos. El nombre y el recuerdo de ellos  llenan el alma con su música. Es dolorerse cuando alguno pasa un trance duro. Uno desea arrancar parte de su ser y  entregárselo para que se sienta aliviado.

Aunque se tomen caminos diferentes, siempre, los hermanos están cerca. Los logros, los fracasos y los problemas de uno repercuten también en los otros.   Existe fidelidad en las alegrías y en las tristezas. Agradecimiento por todo lo que se ha vivido y se continúa viviendo juntos.

Muchas veces se quiere volver el tiempo atrás, reconquistando momentos felices e imborrables. Risas y llantos compartidos. Dolores y despedidas. Grandes momentos  y felicidades que se multiplican. Esperanzas cuando el cansancio agobia. Es hermoso saludar y celebrar a cada hermano en sus cumpleaños. Esa fecha que en el calendario que lleva la exclusividad de su nombre.

Hay que cuidar el amor: preservarlo, custodiarlo, acrecentarlo y también curarlo cuando es necesario. Existen muchas maneras de mostrar y vivir el cariño mutuo, especialmente cuando los problemas son graves y se necesita sentir apoyo por quienes tiene la misma sangre.

El paso de los años lleva, como consecuencia normal, que cada uno haga su propia vida y deje la casa de los padres. Ese momento no es una despedida o una ruptura. Es un paso  de opción, crecimiento y  madurez. El amor a la familia y a los hermanos se reconquista desde otro lugar, con  nueva perspectiva.

En todo momento, aunque en circunstancias apremiantes es preciso rezar siempre por los hermanos, especialmente cuando tienen problemas o están pasando por  situaciones delicadas. Hay que bendecir a Dios por tener hermanos. No se pueden reemplazar. Siempre permanecen, incluso aunque cuando hayan partido de esta vida. Siempre están y estarán  junto a nosotros y en nosotros.

Ciertamente la muerte de un hermano es una mutilación que no se supera nunca. Es un compañero de camino que hizo con nosotros parte del trayecto. Ahora nos espera y nos cuida desde el corazón de Dios y desde las entrañas perdurables de la vida. En esos dolorosos casos, sólo se puede ofrendar una memoria agradecida por la bendición de haber pasado algunos años juntos. Una nostalgia llena de tristeza y de paz lo siente siempre presente, actuante y vivo a nuestro lado. Nada es lo mismo en la vida personal y familiar a partir de la muerte de un hermano. No alcanza las lágrimas del alma y la sangre del corazón para semejante desgarro. Sin embargo, en la fe, la vida siempre nos convoca hacia adelante y la fuerza de la sangre resiste toda muerte.   




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